Suponiendo que ni tu cuerpo ni tu alma se encuentren indispuestos para orar, o que esos argumentos no te hayan convencido para que desistas de hacerlo, entonces te vendrá en ocasiones el pensamiento de que, por tus diversas ocupaciones, deberías buscar otro momento en el que tengas más libertad para acercarte al Señor en oración.
“Si al menos estuvieras desocupado, y no tuvieras tantas cosas que atender, entonces hubieras podido dedicarte a orar con tranquilidad. Pero, ¿cómo vas a llegar delante de Dios en medio de tanta agitación? ¿No sería mejor esperar por un momento más apropiado?”.
Cuando nuestros pensamientos se interpongan de ese modo para alejarnos de la oración, existen ciertas consideraciones que todo creyente debe hacerse con honestidad y objetividad:
1. Considera si acaso no te estarás sobrecargando con los negocios y afanes de este mundo.
Dios nos ha dado talentos y capacidades, de modo que podamos dedicarnos a nuestros trabajos y ocupaciones con responsabilidad. Por lo tanto, el Señor no se opondrá a que le dediquemos a estos asuntos el tiempo que requieren. Lo que no podemos hacer de ningún modo es darle al mundo aquello que le pertenece a Dios (comp. Mt. 22:21).
Si en nuestro horario habitual usualmente se nos dificulta o imposibilita sacar un tiempo para estar a solas con nuestro Señor, o para dedicarnos al cuidado de nuestras familias, hay algo que estamos haciendo que no es la voluntad del Señor para nosotros.
¿Qué pensaría un jefe cuyo empleado llega tarde a trabajar, y la excusa que el empleado pone es que estuvo viendo TV hasta tarde la noche anterior? Seguramente la excusa no será aceptada. De igual modo no podemos excusarnos de nuestro tiempo de oración, por el hecho de que estábamos ocupados en cosas en las cuales no teníamos que estar ocupados.
Recuerdo haber leído hace muchos años el siguiente pensamiento: “No hagas hoy lo que puedes hacer mañana”. No podemos pretender hacer más de lo que nuestras capacidades y nuestro tiempo nos permiten. Aún los pastores deben considerar seriamente este asunto del tiempo. Si no planificamos con cuidado llegará un momento en que la obra del Señor nos alejará del Señor.
2. Considera de qué modo puedes planificar tu tiempo para que tus asuntos y negocios no interfieran con tu piedad.
Cuando un hombre sabio tiene dos cosas importantes que hacer en un mismo día planificará de qué modo puede emplear su tiempo disponible para poder hacer ambas cosas.
Todo creyente necesita sabiduría para planificar cómo ha de conjugar sus devociones personales, con los negocios del mundo; el tiempo que ha de pasar a solas en comunión con Dios, y el que ha de emplear en las cosas propias de su vocación.
Muchas veces los creyentes caen en la trampa de creer que, sin planificarlo, encontrarán un momento apropiado en el día para dedicarse a sus devociones. Lo que usualmente ocurre es que llega la noche y esa persona no ha podido parar ni por un instante. Durante todo el día su tiempo estará ocupado en una serie interminable de cosas que requerirán su atención.
El tiempo para las devociones privadas no se debe tratar de encontrar, se debe hacer, apartar de antemano luego de una consideración objetiva y cuidadosa.
3. Procura tener nociones correctas acerca de la importancia de la oración.
Algunas veces los creyentes son llevados por su impaciencia y su corrupción interna a considerar la oración como una pérdida de tiempo. Tenemos tantas cosas “importantes” que realizar, que dedicarnos a la oración sería permanecer pasivos en medio de una serie de asuntos que requieren nuestra participación activa.
Pero ¿podríamos considerar como tiempo perdido las horas que se tome un trabajador para afilar sus instrumentos? Él no está perdiendo el tiempo; más bien se está preparando para ser más efectivo.
La oración no es un obstáculo para que el cristiano se dedique a sus negocios, o a sus recreaciones lícitas. Más bien contribuyen a que sus asuntos sean ejecutados más exitosamente, y para que sus recreaciones sean santificadas. ¿Qué puede ser más recomendable que comenzar un negocio o una recreación en la presencia de Dios?
(comp. Pr. 3:5-6).
4. Considera que mientras más dificultades tengamos que vencer, y más obstáculos que conquistar para tener comunión con Dios, más agradable será a los ojos de Dios.
Ningún amigo es más apreciado que aquel que vino a visitarnos en medio de muchas ocupaciones. Por el contrario, ¿qué molestas son las visitas de los vagos, y cuán poco apreciadas? Cuando alguien nos dice: “No tenía nada que hacer, y por eso vine a visitarte”, esa visita usualmente no es muy apreciada.
5. Considera objetiva e imparcialmente la importancia o necesidad de ese asunto que te está apartando de tu tiempo de oración.
No podemos negar que ciertamente hay asuntos que requieren que nosotros pospongamos nuestro tiempo de devoción hasta que encontremos un tiempo más apropiado. Si la casa del vecino se está quemando, un creyente no puede decir: “Ahora no puedo ir a ayudar porque voy a leer la Biblia y orar”.
Y eso no sólo ocurre en casos tan extraordinarios. Hay situaciones que pueden llevar a un creyente a posponer su tiempo de oración. Pero tal cosa sólo debe hacerse luego de haber considerado objetiva e imparcialmente la importancia o necesidad de ese asunto. Y para que tal consideración pueda ser objetiva, el creyente debe hacerse las siguientes preguntas:
(a) ¿Es ese asunto legítimo en sí mismo?
(b) ¿Es importante?
(c) ¿Necesariamente debe ser hecho ahora?
(d) ¿Fuimos sorprendidos por el asunto? ¿Es algo que no pudimos planificar?
Hay situaciones providenciales que requieren de nuestra atención, y en tales casos no pecamos cuando posponemos nuestro tiempo de oración. Pero aún en tales ocasiones el creyente puede enviar sus oraciones como dardos al cielo, como hicieron Moisés y Nehemías en situaciones difíciles (comp. Ex. 14:10-15; Neh. 2:1-5).