¿Has permitido que algún miembro de la familia te estorbe para participar en algún ministerio de tu iglesia? En Lucas 14.26 dice: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo». En la primera parte de este versículo se te advierte que ningún miembro de la familia debe ser un estorbo para amar y obedecer a Dios. Sin embargo, en muchas ocasiones parece que vacilamos en poner o no a un miembro de la familia en primer lugar.
Nos justificamos pensando que Dios entenderá que estamos mostrándole amor al cónyuge, al hijo o hija, o a la madre al quedarnos. En realidad, nuestro familiar pudiera sobrevivir muy bien sin que nos quedáramos sin participar de este o aquel ministerio de la iglesia. Claro está que hay períodos de enfermedad o prueba donde sí se hace necesario que nos mantengamos junto a nuestro familiar.
El segundo aspecto de este versículo tiene que ver con tu propia existencia: «y aun también su propia vida». Estamos tan centrados en el amor propio que es muy fácil pasar por alto la profundidad de esta enseñanza de nuestro Señor.
Cuando estamos tan preparados para proteger nuestros derechos, a defendernos agresivamente, no volviendo la otra mejilla, no haciendo más de lo requerido, no negándonos a nosotros mismos sino procurando salvarnos, ¿no nos estamos engañando con respecto a nuestro entendimiento de este versículo?
Considera este versículo la próxima vez que oigas lo que dice Romanos 12.1: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional». Si decides hacer esto, Dios se regocijará porque haces lo que Él desea de ti.